A menudo escuchamos en cada
Congreso, Seminario o Curso sobre cooperativismo, las virtudes casi ilimitadas
que presentan las cooperativas y la economía social, congresos que por otra
parte se hacen entre cooperativistas, lo que refleja uno de los grandes temas
pendientes del movimiento cooperativista, la apertura y el desafío de la
visibilidad, pero no son estos los tema a tratar en este articulo sino los
signos del fracaso de una cooperativa. Porque tanta virtud esgrimida termina, a
veces, en fracasos rotundos. He aquí alguno de los signos:
Incapacidad de escuchar “al otro”.
“Sin otro, el ser humano no puede identificarse como un Sí mismo”
La empatía no es algo que abunde
en la sociedad, la capacidad de ponerse en el lugar del otro es, cada vez, más
difícil de encontrar.
Cuando las Cooperativas se
vuelven egocéntricas, principalmente en cabeza de los Consejos de
Administración, e incapaces de pensar
puertas afuera de lo que construyen con la auto-referencia permanente, pierden
no solo la empatía, sino la visión de la realidad que les ocurre a su alrededor.
Pero como la realidad sucede de
todos modos, muy probablemente ante una crisis se abandone, temporalmente, el
marco auto-referencial, para enfrentar el problema, casi siempre con el
pensamiento que representa el segundo de los signos de fracaso, y que se
desarrolla a continuación:
Buscar siempre culpables ajenos a los problemas propios.
Nada mejor para asegurar un fracaso que no realizar autocritica.
La inmodestia hace que primero, y
a veces únicamente, se busquen por fuera a los culpables de los problemas que
inevitablemente se crean cuando no se puede escuchar o referenciarse en la
realidad.
Ante un hecho, en vez de buscar
soluciones se busca y hurga en la vida de quien lo planteó, se elucubran
segundas intenciones en cada una de las acciones o reacciones de los demás. Las
criticas por el tema y si las hay por temas ya caducos, pero que nunca son
abandonados del todo, resultan oportunas para “estigmatizar al mensajero”.
Esta práctica habitual es común en
cooperativas incapaces de realizar su propio análisis, de poder reconocer su
torpeza y corregirla. Eso nos lleva directamente al siguiente signo:
Falta de objetividad en la toma de decisiones.
Si los signos anteriores pueden
resultar sutiles, la subjetividad de una cooperativa que fracasa es
inescondible.
La persistencia de tomar
decisiones sin elementos objetivos que permitan una correcta evaluación de cada
decisión es la bandera dogmatica e inclaudicable de quienes defienden un modelo
de cooperativa cerrada y, podríamos decir, “antigua”.
La frase común de “según la cara” podría aplicarse a este
signo, no es lo mismo un planteo de trabajo de los “príncipes” que de los
“mendigos”. Pero a no desesperar, la movilidad en las estructuras cooperativas
que fracasan es rápida, tanto de mendigos a príncipes, como de príncipes a
mendigos. La falta de objetividad al menos funciona bidireccionalmente.
Y si no tienen objetividad, consecuentemente
–y vamos a otro signo – tienen:
Incapacidad de priorizar.
En las estructuras cooperativas
de las que estamos hablando es más fácil discutir un mega proyecto de inversión
que el color de las cortinas del salón de actos.
Probablemente lleve más tiempo, y
energía y genere más roces internos las cuestiones más ínfimas que las de
relevancia.
Las reuniones se corresponden,
fervientemente, con el Principio de Pareto[1],
el 80 % del tiempo se inutiliza en temas menores y restante 20 % del tiempo se
toman las decisiones de los temas relativos a la verdadera marcha de las
cooperativas.
Y si de decisiones se trata,
parece que una de ellas, está muy presente en las cooperativas que fracasan y
en las otras también:
Política de Recursos Humanos: Bajos salarios y responsabilidad que no
se paga.
Si las cooperativas que fracasan,
y sus Consejos de Administración, por la falta de empatía se vuelven
egocéntricos, es lógico que consecuentemente se vuelvan egoístas.
En algunas cooperativas –la verdad
es que en muchas- la ausencia de fin de
lucro, como principio rector de la institución, se aplica primero y
exclusivamente a sus empleados, claro “la
caridad bien entendida comienza por casa”.
Es común, y a la vez triste, ver como
discursivamente se enarbola la bandera de la igualdad y como ello contrasta con la realidad de las cooperativas,
porque eso de “igual trabajo, igual remuneración” quedó salteado en los estatutos.
Los salarios abonados en las
cooperativas no guardan, ni por lejos, relación con los salarios del sector privado.
El modo de “compensar” que
encuentran las cooperativas que fracasan, es, en primer lugar inventar puestos
de supuesta importancia, y realizar los nombramientos al estilo Enrique VIII,
“Este honorable Consejo de Administración ha
decidido, en uso de las facultades estatutarias, y en función del loable
desempeño visto, el nombramiento de Fulano de Tal, como SubEncargado del turno
Noche de la Sección Proveeduría”
Ahora bien cuando el “SubEncargado del turno Noche de la Sección Proveeduría” va al supermercado resulta que con el título nobiliario[2] no prospera el pago de sus compras, y la realidad económica se torna frustrante.
En segundo lugar, cuando se
otorgan aumentos ante la innegable, o para las cooperativas que fracasan no tan
innegable, realidad, esos aumentos tienen dos características esenciales, nunca
son directos, es decir van en cuotas e ítems rebuscados, y menos aun son
proporcionados, quienes tienen puestos de responsabilidad, recibirán menos que
el ultimo colaborador que ingreso a la cooperativa la semana anterior.
Si de salario se trata, las
cooperativas no son una propuesta tentadora, pero menos si le sumamos otro de
los signos, tristemente claros, de las cooperativas que fracasan:
Le va bien al que hace las cosas mal.
Podría interpretarse como error
de escritura, pero no, otro signo inequívoco de fracaso es la Ley que enuncia “cuanto
peor lo hagas mejor te va a ir”.
No es premiando al que mejor
trabaja, y no se queja, como se logra el fracaso de una cooperativa.
Habitualmente al que mejor
trabaja se lo necesita para “subsidiar” al que peor trabaja, pero seguramente
es uno de los que más se queja.
Como se ha visto la falta de
objetividad colabora, y mucho en este signo, pero lo primordial es que las
cooperativas que fracasan prefieren las buenas noticias, cualquier signo de conflicto
les representa la necesidad de negarlo, no importa demasiado la “justicia” en
la resolución, solo que desaparezca y en eso tampoco importa tener empleados “becados”
ante la posibilidad que ser ecuánimes les genere conflicto.
Estos signos son en definitiva,
la punta de iceberg, los que a la luz resalta, pero cuando comienzan a penetrar
en las organizaciones cooperativas, son los que rápidamente las destruyen.
[1] Pareto enunció el principio basándose en el
denominado conocimiento empírico . Estudió que la gente en su sociedad se
dividía naturalmente entre los «pocos de mucho» y los «muchos de poco»; se
establecían así dos grupos de proporciones 80-20 tales que el grupo
minoritario, formado por un 20% de población, ostentaba el 80% de algo y el
grupo mayoritario, formado por un 80% de población, el 20% de ese mismo algo.
[2] Un título nobiliario es un privilegio
legal concedido desde antiguo, que distingue a los miembros de la nobleza.